By Priscila Villavicencio
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December 30, 2024
Sanando tus Heridas en Medio de la Batalla La vida cristiana es una constante batalla. En este mundo lleno de dificultades y adversidades, a menudo nos encontramos luchando con heridas emocionales, espirituales o físicas. La comparación de esta lucha con nadar en aguas llenas de tiburones puede ser una forma poderosa de ilustrar la sensación de vulnerabilidad que sentimos cuando estamos heridos. Sin embargo, aunque la batalla puede parecer insostenible, hay esperanza. No estás solo, y hay un lugar seguro donde puedes encontrar sanidad y restauración: ese lugar es el refugio que solo Dios puede ofrecer. Como mencionamos, la lucha en la vida cristiana es constante, y muchas veces, al estar heridos, intentamos seguir nadando en un mar lleno de tiburones. Cuando estamos sangrando, nuestras fuerzas disminuyen y nuestro corazón se llena de desesperación. El salmista lo expresó de esta manera: “El Señor es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma” (Salmo 23:1-3). En el fragor de la batalla, podemos sentirnos como si estuviéramos sin fuerzas, pero Dios es nuestro refugio, nuestro consuelo, y Él nos ofrece un lugar de sanidad. Es imperativo entender que para sanar nuestras heridas necesitamos llegar a tierra firme. En Isaías 53:5, la Palabra de Dios dice: “Mas Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por su llaga fuimos nosotros curados”. Jesús, al morir en la cruz, tomó sobre sí mismo nuestras heridas y sufrimientos para que pudiéramos ser restaurados. A menudo, las heridas no son visibles, pero se manifiestan en nuestras emociones, pensamientos y acciones. Muchas veces, intentamos llenar el vacío o calmar el dolor con alternativas que solo nos alejan más de la sanidad real. Algunas personas recurren a drogas, relaciones equivocadas, o incluso cambios drásticos en su cuerpo, como perder o ganar peso de manera significativa. Estas son señales de que algo profundo necesita ser sanado. El apóstol Pedro nos recuerda que Jesús vino a sanar a los quebrantados de corazón. En 1 Pedro 2:24 leemos: “El mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por su herida fuisteis sanados”. Al detenernos a reflexionar, es importante reconocer que nuestras heridas emocionales o espirituales no desaparecerán con remedios temporales. Solo al acudir a Cristo, el Sanador divino, podemos encontrar sanidad verdadera. Una de las preguntas más difíciles que enfrentamos cuando estamos heridos es: "¿Por qué Dios permite que esto me pase a mí?" La tentación de culpar a otros o a las circunstancias es grande. Sin embargo, debemos recordar que no siempre podemos entender el propósito detrás de cada sufrimiento. En el libro de Job, Job mismo enfrentó grandes pruebas y cuestionó a Dios, pero al final reconoció la soberanía de Dios y su infinita sabiduría. En 2 Corintios 1:3-4 se nos recuerda que Dios es el consolador por excelencia. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios”. A veces, nuestras heridas tienen un propósito que solo Dios puede comprender completamente. En medio de la batalla, no debemos perder la esperanza, porque Dios puede usar nuestros momentos más difíciles para fortalecernos y prepararnos para ayudar a otros. El sufrimiento no es en vano si lo entregamos a Dios y permitimos que Él nos restaure. Es tiempo de acudir al “Doctor de doctores”, a tu Creador. Él te formó, te conoce más que nadie, y tiene el poder de sanarte. En Mateo 11:28, Jesús mismo nos invita: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. En el momento en que te sientes más débil, más herido, Jesús está esperando para sanarte. No tienes que luchar solo. Recuerda que no importa cuán profunda sea la herida, Dios tiene el poder para restaurarte. Él te creó, y si pudo formar al primer hombre de la tierra y a la primera mujer de una costilla, ¿por qué no podrá restaurar tu corazón herido? Es hora de dejar de buscar remedios temporales y buscar al único que tiene el poder de sanar, restaurar y dar paz. La vida cristiana es una lucha constante, pero no estamos solos. Si te sientes herido, recuerda que Dios tiene el poder de sanar todas tus heridas. Busca su refugio, acércate a Él en oración y deja que su sanidad fluya sobre ti. Como nos recuerda 2 Corintios 12:9, “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por lo tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”. Dios puede usar incluso nuestras debilidades y heridas para mostrar su gran poder. No estás solo. Dios es tu sanador. Él es tu refugio seguro. En Él hallarás la fuerza para continuar la batalla, y en su tiempo, serás restaurado completamente. ¡Ve a Cristo, el Sanador! Autor: Salomón Paredes